Enriquecido es leer las experiencias de una escritora como Rosario Ferré. Cómo, tras su búsqueda incesante de un tema objetivo, llega hasta su ser. Reconociendo que ante la ignorancia, la muerte es de temer. Más comprende la manera en que la literatura se vuelve tu espacio, tu desahogo. Por el cual, fuera de toda crítica, se debe escribir según el deseo. La vida misma, los tropiezos, las anécdotas de otros, sus cuentos, son tu mundo de proyectos. Te das cuenta cómo tu propia obra te consume, te hace parte de ella. Una pizca de tu esencia traslucida en tinta y papel. Tal como la autora expresa en su escrito: “ninguna virtud o pecado le es ajeno”. Es sumamente interesante observar cómo la literatura te enseña lo que otros han aprendido.
La autora nos realiza una reseña sobre el sentir al escribir. A través de cual, se pueda lograr una causa, transmitir un mensaje. Lo describe mediante las expresiones “voluntad de gozo” y “ser útil”. Durante su época le tocó vivir experiencias sexistas en contra de la mujer. Por tal razón, despierta en su interior la necesidad de venganza. De tal manera, repartir una porción de la literatura obscena revertida sobre ellas. Por consiguiente, conoció en su trayecto el trascender de la satisfacción. Lo que a su vez, logra comprender el punto donde la obra es suficiente. Por el cual, no le falta contenido, no le sobra…es perfecta. En resumidas cuentas, dándole forma y emoción a las palabras con un fin.
Mediante este corto, pero abundante contenido, Ferré nos trae un manjar de temas. Primero, se sorprende que no todas las personas puedan percibir la imaginación. Talentos que al ser propios, aceptamos como normales hasta tal confrontación. Segundo, redunda cómo el hombre trata subordinadamente a la mujer en éste aspecto, también. Nuevamente, trastocando el trasfondo social de su época. Marginando el hecho de haberlo recreado, sino más bien siendo partícipe. Concluye, con varias críticas al sistema de enseñanza en literatura. Recalcando, que no se imparten cursos para la creación, sino para definirla. Sentido que aprovecha para diferenciar al crítico especialista del escritor. Aquél, que con su arte, ingenio e imaginación es quien promueve la existencia de un lector.
El último capítulo constituye el punto esencial del ensayo en su totalidad. Intenta establecer la inexistencia de una escritura femenina o masculina independiente. Enfatizando, todas como iguales, y a su vez, individuales. Tal como lo es el código genético de cada ser humano. No pese a ser mujeres, las diferencia sus experiencias, su ambiente. Aunque la literatura no discrimina ni caracteriza un sexo, nuestra autora indica unas diferencias. Expone, que la mujer es más perceptible al sentimiento, a lo interior, dada su naturaleza materna. Para luego recalcar, que más allá del género, recae el pensamiento. Finaliza entonces expresando lo siguiente: “sino con la sabiduría con la que se combinan los ingredientes”.

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